Público, Olivia Carballar SEVILLA, 2010-08-04
Estas son tus condiciones de trabajo, le dijeron: no tendrás vacaciones, ni días libres a la semana, ni siquiera una noche, ni una hora de ocio al día, nada. Aquí se trabaja las 24 horas.
Tu única compañía será este anciano con alzhéimer, al que tendrás que alimentar, asear y cuidar mientras dure este contrato sin firma. Por supuesto, tendrás que limpiar el piso, del que no podrás salir sola. Y si está nublado, hace frío o calor, ni se te ocurra bajar a la calle con él. Olvídate de aparatos para trasladarlo de la cama a la silla de ruedas. Sabemos que mi padre es grandote y pesa mucho. Pero tu fuerza será tu única herramienta. Ni un euro más, 800 al mes. ¿Lo tomas o lo dejas? Y Teresa Villarroel, que acababa de cruzar el Atlántico en busca de dinero para pagar los estudios a sus hijos, sólo hizo una pregunta: “¿Cuándo empiezo?”. Ese mismo día pasó de Bolivia a España. De la pobreza a la esclavitud.
Según varias investigaciones, la historia de esta boliviana de 56 años suele repetirse en los casos de mujeres que llegan por primera vez. “Cogen lo primero porque vienen desorientadas y necesitan el dinero para enviárselo a sus familias, tienen miedo al fracaso, a las repatriaciones”, explica la enfermera Pastora Hortaleno, que ha impartido unos talleres organizados por la Delegación de la Consejería de Salud en Sevilla sobre este colectivo, en riesgo de exclusión social.

Sólo se pide cariño y paciencia. E incluso se dan casos, explica la investigadora, en los que la familia solicita la ayuda económica en aplicación de la Ley de Dependencia y la usa para pagar a una cuidadora inmigrante. “Por supuesto, es ilegal”, subraya Martínez Buján. La prestación económica es, de hecho, la que más se solicita, cuando la ley, que prioriza los servicios como residencias, la marca como excepción.
La situación de Teresa ahora es muy distinta. Son las ocho de la mañana y ha quedado a desayunar con su pareja, a quien conoció en los talleres. A las diez comienza su jornada laboral cuidando a una anciana. Ya no está interna y le pagan más: 800 euros mensuales más 80 euros por los festivos que trabaje. “Fue muy duro dejar mi tierra, no derramar ni una lágrima y fingir una tranquilidad y fortaleza que estaba muy lejos de sentir. Subí al avión como un muerto viviente”, escribió durante los cursos. Ahora su hija subirá a ese avión, cruzará ese océano y verá a su madre. Pero no viene sola. En la maleta guarda ya el título de oftalmóloga
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