El Estado de bienestar se acaba, al menos vamos camino de ello. Todo el mundo lo sabe.
La reforma laboral, la financiación pública a bancos, el delirio financiero y las imposiciones de unos entes sin nombre llamados mercados ya han confirmado que las sociedades más o menos igualitarias y socialmente equilibradas estarán pronto fuera de lugar. El logro europeo de una sociedad medianamente justa queda en el aire. Aparece un terrible pronóstico: ¿el fin de la civilización?
Detesto ser catastrofista, pero está claro: retrocedemos. Volvemos al primitivismo, a la tribu, al clan y a la superioridad de la fuerza bruta. Europa es buen ejemplo.
Detesto ser catastrofista, pero está claro: retrocedemos. Volvemos al primitivismo, a la tribu, al clan y a la superioridad de la fuerza bruta. Europa es buen ejemplo.
Los riquísimos nuevos ricos también. Este es el progreso que ofrece el fundamentalismo financiero: somos sus prisioneros, víctimas potenciales del dogma más estúpido que nunca se ha inventado, el de la economía virtual.
Ahora sí que se ha acabado la historia, señor Fukuyama: la Edad Media, ya lo pronosticó Umberto Eco, donde los señores tenían derecho de pernada, está al alcance de la mano. Los señores, hoy amos del universo, como los bautizó Tom Wolfe, son fanáticos de lo irracional, lo desregulado, el desorden, la arbitrariedad y lo inhumano. Si todo ello no tuviera resultados tan dolorosos, sería para reír a gusto: es teatro del absurdo hecho realidad. Lo anunció, en su momento, Margaret Thatcher: "Los pobres lo son porque quieren".
Eso es lo que los amos piensan de sus siervos: el fundamentalismo económico es su instrumento global.
No es un consuelo que este fundamentalismo abarque a todo el planeta. Y resulta vergonzosa la inconsciencia con la que nuestros representantes democráticos minimizan la cárcel económica en la que estamos todos con la excusa de proteger a las mujeres de la prisión del burka. Ven el fanatismo ajeno e ignoran el propio: nada más adecuado para unas élites que disfrutan chapoteando en el papanatismo.
No es un consuelo que este fundamentalismo abarque a todo el planeta. Y resulta vergonzosa la inconsciencia con la que nuestros representantes democráticos minimizan la cárcel económica en la que estamos todos con la excusa de proteger a las mujeres de la prisión del burka. Ven el fanatismo ajeno e ignoran el propio: nada más adecuado para unas élites que disfrutan chapoteando en el papanatismo.
Me voy a poner un burka para protestar contra todos los fanatismos: ¿acaso no podemos ponernos el traje y el sombrero que nos dé la gana? Bajo mi burka podré llorar a gusto, engordar, envejecer e ignorar a tanto fanático. A tanto estúpido que no ve el burka hecho de intereses económicos que le envuelve.
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