12/22/2010

Olot: un paisaje, un mundo

J.M. Fonalleras:Escritor y Peridista.

Todo el universo (excepto Corea del Norte y, quizás, el Polo Sur) está ocupado, invadido por las hamburguesas de McDonald's. ¿Todo el mundo?

No. Una pequeña aldea de la Garrotxa resiste victoriosa al invasor.
En la «molt lleial ciutat» de Olot un reducido grupo de indígenas consiguió que la todopoderosa multinacional se rindiera. ¿Cómo? ¿Con acciones intrépidas de guerrilla urbana, con artefactos incendiarios? Si consideramos que organizar una butifarrada popular es guerrilla urbana y si entendemos que no querer entrar en un McDonald's es incendiario, pues sí.

La campaña fue multitudinaria y efectiva. Se trataba de demostrar que hay otra forma decomer comida rápida. Simplemente, los olotenses no iban al McDonald's. Cerró y ahora su lugar está ocupado por un bar llamado B-creck donde también sirven comida rápida. Pero autóctona.


En recuerdo de las víctimas 8 Centenares de vecinos de Olot protagonizaron dos minutos de silencio.

Este es un ejemplo de cómo las gastan en Olot. Defensores de sus peculiaridades, de su tradición, pero siempre con sentido del humor, con una idiosincrasia muy suya, muy divertida. El último hit musical (autoparódico) que se canta en fiestas como el Vi-Acrucis (un recorrido pagano por los bares de la ciudad) pertenece a Déu n'hi Duo y se llama Aulot è molt verd. La letra no tiene pérdida: «Jo no hi airé, tu no hi airàs, a fora d'Aulot, perquè ja hi estem bé, aquí, perquè ens fa molta mandra». Es decir: ¿para qué marcharse, si todo está en Olot?

Hubo un tiempo en el que el aislamiento de la comarca produjo esta reacción autárquica. Era complicado desplazarse hasta Girona y casi imposible (por lo tortuoso del recorrido) estar en contacto con la vecina Osona. La orografía, agresiva y opresiva, ayudó a la construcción de un imaginario en el que se mezclan las partidas carlistas, la cerrazón rural y una cierta voluntad de caminar solos.

Fiestas del Tura

Pero también una explosión de vitalidad que, por ejemplo, convirtió las fiestas del Tura en algo muy similar a la madre de todas las fiestas, una combinación de la exuberancia vasca y el auténtico desmadre local, autoabastecido. Hoy ya no se corren encierros (en la plaza de toros más antigua de Catalunya, ahora en desuso), pero se siguen organizando campeonatos mundiales de lanzamiento de huesos de aceituna. Como oyen. Campeonato mundial.

El mundo se concentra en esta confluencia de valles con un río (el Fluvià) y cuatro volcanes. Ahí es nada: ¡tener cuatro volcanes en tu perímetro urbano! En las fiestas danzan los tradicionales gegants (bellísimos, antiguos) y los menudos cavallets, pero también participan asociaciones tan curiosas como la AOAPIX (Associació Olotina d'Amics del Porc i del Xai), una especie de contubernio lúdico en elogio del colesterol y la juerga, con sendos ejemplares mastodónticos y cachondos (y en cartón) de sus emblemas animalarios.

El túnel de Bracons ha abierto horizontes hacia Vic y hoy día es mucho más rápido y fácil ir hasta Girona. Es decir: se han salvado obstáculos. Pero es cierto que Olot pervive como un núcleo orgullosamente distinto al resto del planeta. Un ejemplo: la

panadería Can Carbasseres (con una coca de chicharrones celestial), la casa Russet (que produce ratafía), y la charcutería Can Japot, se han asociado bajo el emblema «Ben bé d'Olot», algo así como «auténticamente de Olot», sin subterfugios, sin trampas, sin concesiones. Y otro: en Olot se celebra el carnaval una semana después que en el resto del planeta, en plena Cuaresma. ¿Por qué? Porque sí.

Pero ¿cuánta gente sabe que en la ciudad se dan iniciativas empresariales tan atrevidas como la fábrica de jerséis Sweather House o la que comercializa los hoy cotizados Marcelinus? ¿Cuántos conocen que es en Olot donde nacieron los yogures de La Fageda, una cooperativa modélica que da trabajo a discapacitados psíquicos y que construye residencias de ancianos para sus socios? Olot es un museo al aire libre del modernismo, con joyas de Domènech i Montaner, Josep Alzemar y Miquel Blay, y tiene otros, como el que se dedica a los Santos (a partir de la tradicional elaboración de imágenes de yeso que llenan iglesias de media cristiandad), el que se concentra en el paisaje (con piezas maestras de los Vayreda, Josep Berga i Boix o Valentí Carrera, la llamada Escola d'Olot), o el que se fija en la actividad vulcanológica.

Dos estrellas Michelin

Sin olvidar el encanto kitsch de la Casa Trinchería y su pesebre ochocentista o la exhibición intelectual minimalista de los afamados arquitectos Aranda-Vilalta-Pigem: de su firma RCR, con sede en Olot, pueden contemplarse la urbanización del Firalet y el parque de Pedra Tosca (diálogos conceptuales con la lava), la primigenia pista de atletismo Tussols-Basil o las instalaciones sugerentes, lunares, de Les Cols, el restaurante de Fina Puigdevall con dos estrellas Michelin. ¿Cuántos saben que Olot es sede del Observatori del Paisatge y que la Càtedra de Geografia i Pensament Territorial de la UdG tiene en Olot uno de sus objetivos preferentes? ¿Cuántos, que Olot tiene el club con más títulos mundiales -de los de verdad, sin coñas- en patinaje artístico?

Olot es así. Antes de irme, paso por la plaza Major.

Cerca del bar Europa, se juega un partidillo entre «castellans» y «catalans». ¿Saben de qué color son los catalanes? Son negros, de Gambia. Gritan «no cardis» con genuino acento de la Garrotxa.

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