3/10/2011

Enfoques alternativos sobre Libia (y la revolución árabe)

n las últimas semanas han circulado numerosas notas, artículos y declaraciones del campo de la izquierda, con interpretaciones de los levantamientos en Túnez, Egipto y más recientemente en Libia. A grosso modo, de la lectura de esos trabajos -muchos se pueden leer en sitios de Internet dedicados al pensamiento crítico, pero también de los partidos de izquierda- es posible distinguir dos líneas de interpretación principales. Por un lado, la que sostiene que en el mundo árabe se está desarrollando una revolución de contenido obrero y popular, que está en tren de barrer a los regímenes dictatoriales y pro-imperialistas, y podría profundizarse en un sentido socialista. Esta visión -que defienden algunos grupos trotskistas- exalta no solo los logros democráticos, sino también el “poder de las masas sublevadas” y el “avance hacia su autoorganización”, que no podrían controlar los poderes establecidos. El criterio de esta interpretación pasa por el eje “confrontación entre todas las clases dominantes, por un lado, y las masas trabajadoras y oprimidas por el otro”. La segunda corriente, mucho más extendida, interpreta el conflicto en términos del “imperialismo (y sus agentes, insertos en los países árabes) enfrentando a las naciones oprimidas, y sus gobiernos”. Dado que en “Reflexiones sobre la revolución en Egipto” me centré en el primer tipo de enfoques, en esta nota presento los argumentos por los cuales tampoco acuerdo con la segunda línea. Paralelamente ofrezco mi interpretación (que de todas maneras ya había adelantado en la nota sobre Egipto).

Antes de entrar en el asunto, señalo que estas diferencias suscitan enfrentamientos enconados en la izquierda. Es que las cuestiones que se debaten están lejos de ser neutras, o “académicas”. Por caso, si Kadhafy manda disparar contra los manifestantes, unos pueden “mirar para otro lado” porque en el fondo están convencidos de que es “un mal necesario para frenar al imperialismo”; y otros denunciarán que “estamos ante el asesinato del pueblo por el dictador”. Es imposible que ante diferencias tan abismales no se exacerben los ánimos, y suban de tono los calificativos. Por eso son frecuentes acusaciones del tipo “usted objetivamente está con el enemigo”, y que el debate termine bloqueado. El problema de fondo es que estamos ante diferencias ideológicas, que se ponen al rojo vivo en una coyuntura de alta tensión de la lucha de clases . Por eso, no se trata de que haya compañeros “traidores”, o que deseen el triunfo “del enemigo”. En estas coyunturas afloran las convicciones profundas, y éstas no cambian de la noche a la mañana. Frente a esto, solo me cabe apelar a que cada cual tenga la máxima honestidad intelectual posible; y ofrecer mis propios argumentos.

La interpretación “nacional”

La interpretación de las rebeliones árabes en clave “nacional”, o de “imperialismo/naciones oprimidas”, ha sido planteada, de manera muy sintética, por Chávez, Castro y Ortega, y desarrollada, con matices y rectificaciones parciales, por muchos compañeros. Chávez y Castro plantearon la línea fundamental: en Libia está en juego la defensa nacional frente a un ataque encubierto del imperialismo. Y esta directriz interpretativa se extiende al resto de los procesos árabes.

En este marco, el análisis pasa entonces por determinar si los dictadores o regímenes derribados, o que están siendo cuestionados, son “agentes” o “personeros” del imperialismo, o por el contrario, tienen algún rasgo de “anti-imperialismo” (por débil y vacilante que sea). La cuestión de las libertades democráticas, en esta óptica, juega un rol muy secundario, como contenido del enfrentamiento (aunque no en la superficie). Así, por ejemplo, la caída de los gobiernos en Túnez y Egipto, en principio, no ofrece problemas para muchos partidarios de la interpretación “nacional”. Es que en estos países, sostienen, habrían caído “personeros del imperialismo”, con la consecuencia de que EEUU y Europa disminuyen su presencia en la zona. Sin embargo, continúa el argumento “nacional”, el enfrentamiento en Libia sí es problemático. Es que a pesar de que en los últimos años Kadhafy se había abierto a los negocios con los capitales y gobiernos de EEUU y Europa, no es tan sencillo catalogarlo como un “personero” de Washington. Después de todo, es un amigo de la revolución venezolana, y es defendido por Fidel y Ortega. Y tradicionalmente estuvo enfrentado -durante muchos años- o semi distante -en el pasado más reciente- de las potencias occidentales.

Por lo tanto, si bien la falta de democracia pudo haber alimentado la rebelión en Libia (a partir de Túnez y Egipto), el problema central en este país, sostiene el argumento “nacional” es que EEUU está operando para quedarse con todo. La gente pobre y los trabajadores que están luchando contra Kadhafy, y apoyan a la rebelde Coalición Nacional Libia, si bien tienen legítimas aspiraciones a la democracia, están siendo manipulados por los agentes infiltrados del imperialismo. La democracia es la forma bajo la cual se avanzan los intereses del imperialismo, y sus agentes. El contenido, definido por el propósito oculto, es el intento del imperialismo de apoderarse de las riquezas de Libia. Los trabajadores y los pobres son instrumentados por líderes que quieren imponer un gobierno títere de EEUU y Europa. Este es el núcleo del discurso “nacional centrado” en relación al Libia.

Dentro de este esquema general, hay por supuesto matices. Por ejemplo, algunos no derivan de lo anterior la necesidad de apoyar “mecánicamente” a Kadhafy. Así, en Argentina, muchos intelectuales de izquierda (incluso marxistas) se cuidan de llegar a estos extremos, que los pondría en una posición algo incómoda (en Venezuela o Cuba sería más sencillo). Sin embargo, se abstienen de cuestionar el apoyo de Castro y Chávez a Kadhafy. O de decir que están a favor de que triunfe la rebelión. “Khadafy es un sangriento dictador, pero… “. Paralelamente, ponen el acento en que EEUU está preparando una intervención a Libia, para quedarse con el país. Y sostienen que “el plan imperialista” es dividir a Libia, separando la zona del Este, dominada por los rebeldes, para implantar un gobierno favorable a los intereses de las compañías petroleras. Así se adelantan argumentos para justificar un ataque en toda regla -de indudable contenido “anti-imperialista”- contra Benghazi y otras ciudades sublevadas. No faltó incluso quien comparara (una analista internacional en la TV estatal) la situación en el Este de Libia con la de Santa Cruz en Bolivia. “Son dos zonas en las cuales los agentes del imperialismo y la derecha quieren hacerse fuertes”, sostuvo.

Por este motivo tampoco en el discurso “nacional” se dice palabra sobre el empleo por parte de Khadafy de mercenarios para atacar a su pueblo. Sin embargo, si los rebeldes solicitan cualquier tipo de apoyo, son tachados de “títeres del imperialismo”. En términos del esquema “nacional”, es lógico: un mercenario de Malí, que asesina libios sublevados, realiza una acción “objetivamente” anti-imperialista. Pero un país europeo que haga llegar un cargamento de municiones a los sublevados, realiza una intolerable intromisión en la dignidad nacional de Libia. Y los que acepten las armas serán “agentes de la CIA”, aunque sea la única forma que tengan de defenderse de los ataques armados de sus enemigos. En definitiva, el régimen de Khadafy debería tener, en los hechos, vía libre para ahogar en sangre a esta rebelión “infiltrada por el enemigo”. “Lo sentimos mucho por los pobres libios que han sido engañados”, viene a decir el argumento. “Pero la lucha contra el imperio es un objetivo superior, frente al cual algunos miles de muertos carecen de significación histórica”.

Anoto que estos razonamientos ya los hemos visto en otras ocasiones. Por ejemplo, un sector de la izquierda consideraba que no había que alinearse, o al menos mantenerse neutral, en la ex Yugoslavia, frente al dictador Milosevic, aunque éste llegara al genocidio de pueblos, “porque detrás de esos pueblos que ataca Milosevic están las manos del imperialismo”. Naturalmente, los que cuestionamos este enfoque, también somos “agentes objetivos del imperio”.

Un punto de vista alternativo

El enfoque alternativo que propongo parte de un análisis general de la evolución del capitalismo, que he presentado en varios lugares (Valor, mercado mundial y globalización; Economía política de la dependencia y el subdesarrollo). Las ideas centrales son que en las últimas décadas hemos asistido a la mundialización (y profundización) de las relaciones de producción capitalistas, y que a raíz de este proceso, domina la contradicción entre el capital y el trabajo, y no la contradicción “nación explotadora/ nación explotada”, como suponen las tesis tradicionales del nacionalismo de izquierda. Esto significa que lo que prevalece en la actualidad son países con diferentes grados de desarrollo capitalista, en los que han surgido clases capitalistas con poder propio, que no están sometidas a relaciones de explotación colonial, o neo-colonial. Por esto mismo sus gobiernos no son meros “títeres” del imperialismo, aunque negocien con el FMI y Washington. Por esto también, el objetivo de las potencias no es establecer hoy ocupaciones coloniales, que por otra parte son prácticamente imposibles de sustentar. Naturalmente, en la medida en que existen diferencias de poder económico entre los capitales y los Estados que defienden esos capitales, habrá presiones políticas, diplomáticas, y de todo tipo para hacer prevalecer sus respectivos intereses. Pero se trata de relaciones complejas, mediadas por múltiples influencias, propias de países dependientes en lo económico, pero políticamente soberanos (soberanía formal, pero importante).

Ya hemos explicado, con respecto a Egipto, que en los últimos años, al calor de la entrada de capitales no provenientes de EEUU y Europa, se desarrollaron sectores burgueses con capacidad de maniobra relativa. Es un ejemplo (y hay muchos en el tercer mundo) de que no se pueden interpretar los cambios que están ocurriendo con la matriz “títere del imperialismo” reemplazado por “gobierno anti-imperialista” o “nuevo títere”, etc. Ni tampoco con la idea de que los “agentes de la CIA” son los que tienen la capacidad para imponer sus gobiernos, a voluntad, (y para colmo, en medio de levantamientos generalizados como el que está ocurriendo en Libia). Es un error pensar que los que están hoy al frente del gobierno en Benghazi, en el Este de Libia, solo pueden ser “personeros” de las empresas extranjeras, ya que no tienen capacidad alguna de maniobra. ¿De dónde se sacan estas cosas?

Por supuesto, si se producen cambios, y hay convulsiones, las potencias tratan de meter las narices, para preservar sus intereses y los negocios de sus empresas. Pero esto no significa que las potencias tengan capacidad para “expropiar” a voluntad estos procesos. Seguramente intentarán posicionarse de la mejor manera para renegociar. Los capitales extranjeros, y sus gobiernos, negocian con quien sea necesario para establecer las mejores condiciones para la explotación del trabajo, y es en función de esto que actúan. En este respecto, también aceptaron a Kadafi, cuando éste viró hacia una postura más amigable con los capitales extranjeros. El último informe del FMI elogiaba el crecimiento de Libia (más del 10% en 2010) y “los esfuerzos de liberalización y privatización” del gobierno. ¿Era por esto Khadafy un “títere” de los imperialistas? No, no lo era, simplemente actúa como cualquier capitalista de un país dependiente y atrasado, y toma medidas que considera favorables para los intereses de su fracción. En una nota de este blog mostré cómo la política de Evo Morales es aprobada por el FMI, y no por ello debemos concluir que ahora Evo es un “títere” del imperialismo (en última instancia, la interpretación “nacional” anda a los bandazos: los “revolucionarios socialistas” de buenas a primeras pasan a “títeres”, y viceversa, sin ton ni son). Dentro de estos marcos, por supuesto, habrá diferencias en estrategia y políticas de desarrollo, etc. Pero estas cuestiones no pueden interpretarse en clave “nacional”, porque lleva a incoherencias.

¿Cómo se aplica todo esto al análisis de las rebeliones en el mundo árabe, y en Libia en particular? La respuesta es que el peso del análisis cambia, ya que el foco no debe ponerse en las políticas de las potencias (que andarían poniendo y sacando “títeres”, contra la voluntad de los pueblos y en especial de sus clases dominantes), sino en las relaciones internas, en las fuerzas sociales propias, de cada país; y sus conexiones con el mundo árabe. Y para esto es necesario un análisis materialista, que supere las interpretaciones subjetivas y conspirativas (del tipo “el problema son los agentes infiltrados”).

La interpretación liberal burguesa más común de lo que está sucediendo en el mundo árabe viene a decir que los levantamientos y las revoluciones están impulsadas por la idea de libertad, que ya anduvo por el Este de Europa en 1989, y ahora llegó al norte de África, y zonas del Golfo. Por supuesto, hay un sentimiento de libertad, pero el mismo tiene bases sociales. Hay fuerzas pro capitalistas -sectores de las burguesías comerciales, la pequeña burguesía, incluso del gran capital nativo- que demandan la libertad de mercado, pero también injerencia en los asuntos públicos. También luchas entre fracciones de las clases dominantes por la apropiación de la renta, que no están “dictadas” por las potencias extranjeras. A esto se suma el descontento de los sectores populares empobrecidos. En Libia, una de cada cuatro familias viven sin ingresos regulares, y el desempleo es muy generalizado, como han señalado diversos especialistas. Por supuesto, es necesario realizar análisis concretos, pero lo que estoy pidiendo es otro enfoque global. Si en Egipto el ejército se mantuvo como un bloque, y garantizó un cambio del gobierno bastante ordenado para la clase dominante, y si en Libia el ejército se fracturó, la explicación de estas diferencias debe buscarse esencialmente en las diferentes estructuras sociales y políticas de estos países, y no en la acción de los “agentes manipuladores” de Washington o Bruselas.

Por esto también es un error pensar que por el hecho de obtener apoyo de tal o cual potencia los sublevados de Benghazi se convierten en títeres o agentes del país que los ayude. Existen muchos casos de colaboraciones de este tipo, que no derivaron en gobiernos o movimientos títeres; incluso a veces a los que ayudaron “les salió el tiro por la culata” (el caso Bin Laden con la CIA). Pero esto se puede entender si se capta que estamos ante fuerzas con fuentes de acumulación propias. No son meros “testaferros” del capital extranjero.

Libertades democráticas

Por lo explicado hasta aquí, considero que el contenido de estos movimientos es democrático y capitalista. Esto es, soy contrario a caracterizarlos como “obreros y socialistas” (remito de nuevo a la nota sobre Egipto), pero por el otro lado no acuerdo en medir su progresividad según la vara “nacional o personero de los yanquis”. En Túnez, Egipto (o en Libia si cae Khadafy) habrá gobiernos con más o menos vinculaciones con las potencias occidentales (o de otros países), y en este respecto no hay que ilusionarse con grandes cambios. ¿Qué se logró entonces?

Lo que se ha logrado es una conquista de libertades burguesas. En Benghazi, y otras ciudades sublevadas, ahora mismo la gente está viviendo una “primavera democrática”. ¿Es esto progresivo? La línea “nacional” no dice palabra, porque esto no entra en su “radar”. Para este enfoque, es secundario el tema de las libertades, frente al hecho de si hay “títeres”, o no, del imperio en el gobierno. La interpretación “revolución socialista”, por el contrario, exalta hasta las nubes lo logrado, borrando de hecho las limitaciones de clases. Pienso que una interpretación marxista correcta explica el logro, sin dejar de destacar que se trata de un logro burgués (democracia capitalista), y que siempre será recortada. Pero no por ello hay que negar que permite mejorar las condiciones para la crítica, la propaganda, la agitación, la organización de los trabajadores. Para el intelectual occidental que goza de relativas libertades democráticas, esto puede parecer irrelevante. Pero no lo es para gente que por primera vez, en décadas, puede decir lo que piensa. Ya escucho al que me dice “pero es una libertad burguesa”. Sí, es burguesa, pero es progresiva frente a una dictadura.

Por otra parte, en la medida en que los desarrollos capitalistas subyacentes a los procesos sean más profundos, habrá más probabilidades de asistir a una diferenciación de clases en el seno de la revolución “democrática”. Es lo que sucedió, de forma incipiente, en Egipto, con la ola de huelgas que se desató no bien cayó Mubarak. En otros lugares posiblemente esta diferenciación sea más atenuada. En cualquier caso, subrayo, las libertades democráticas ofrecen mayores posibilidades. Lamento que muchos intelectuales argentinos, ubicados en la línea “nacional” de interpretación, pasen por alto esta circunstancia, cuando su propia experiencia debería haberles inducido a mirar con otros ojos lo logrado en el norte de África. La “progresividad” del régimen bajo Alfonsín con respecto al de Galtieri no la medimos por el grado en que uno haya sido más o menos anti-imperialista, sino por las libertades burguesas logradas. Si Benhazi es bombardeada, y se ahoga en sangre a la ciudad, no habrá que saludar el hecho como una “derrota de la maniobra imperialista para dividir a Libia”, sino como una derrota de un movimiento democrático y burgués. Pienso que es el ABC de los análisis políticos.
Rolando Astarita

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